Barro: cómo ensuciar tu prosa

Si pensabas que iba a reseñar la magnífica novelette de Alicia Pérez Gil, te has colado (aunque llegará el día en que lo haga). Pero este artículo tiene algo en común con esa historia: su protagonista se hunde y tu prosa también, juntaletrillas de mi corazón. Y cuanto más te mueves, más la cagas, porque estás sobre arenas movedizas.
Uno de los miedos más generalizados entre los que empiezan en el mundo de la escritura es contratar una corrección de estilo, porque:
Canta, oh diosa, la cólera
Inicio de la Iliada, de Homero, parafraseada por L. M. Mateodel Pelida Aquilesde mi Correctora Profesional; cólera funesta que causó infinitos males alos aqueosnuestras obras y precipitó al Hades muchas almas valerosas dehéroesescritores noveles, a quienes hizo presa deperrosanotaciones y pasto deavescolor rojo —cumplíase la voluntadde Zeusdel Buen Estilo— desde que se separaron disputando elAtridaJuntaletrillas,rey de hombresescritor/a novel, yel divino Aquilesla divina Correctora Profesional.
Vale, igual lo he complicado un poco. Lo simplifico:
Entonces sí lloré […], porque aquellas palabras no eran mis palabras ni la voz con que las dijo era mi voz […]
Barro, Alicia Pérez Gil
Crees que eliminaremos el magnífico, increíble, cuidado e inimitable estilo de tu prosa y, con él, tu esencia como juntaletras. Pues no tienes NPI (Ninguna Prosa Inigualable —¿Qué pensabas que quería decir? Sí, vale, pero intento moderarme, que luego me dices que soy una bruta, una malhablada y… Y es cierto, oye). Lo que sí que tienes en tus primeras novelas (e incluso en muchas posteriores) son PEPU (Pesadillas de Estilo que Producen Urticaria). O lo que la mayoría de correctoras llamamos BARRO.
Así que vamos a sacar la podadora y a recortar algunas cosas que ensucian tu original e increíble estilo, que ahogan tu hermosa voz. Porque de eso va la corrección de estilo, no de jod… digo, modificar tu obra, tu prosa y tu saber (o no) hacer hasta que sea irreconocible. Empezaremos hoy con lo más básico, y profundizaremos en próximas entradas. Pero te aviso ya de que esta es larga. Muy larga.
BARRO
A Cera le costaba seguir el discurso. […] La dificultad para oír todas las palabras que se pronunciaban a su alrededor había sido una constante […]. De hecho, solo tenía una vaga idea de lo que sus compañeros habían dicho.
Barro, Alicia Pérez Gil
Los verbos: tu prosa llora y mis ojos sangran
Ay, los verbos. Qué malvados son. Tanto, que tendrán su propia sección en casi todos los artículos de esta serie de entradas. Y es que nos encanta usarlos incluso cuando no son necesarios. ¿Que no? Ya verás, ya.
Verbos barro: no me seas guarri, mariperri
Ensucian tu prosa más allá de lo que imaginas. Silvia Adela Cohan los llama «verbos pantano» en Los 65 errores más frecuentes del escritor, y es un nombre que les va de maravilla. Son perífrasis verbales que usas más de lo que crees, no aportan nada, te delatan como escritor/a novel, transmiten inseguridad y deberías desterrar de tu estilo.
Este uno de los favoritos de todas las correctoras:
Empezó a correr/saltar/caminar…
Cada vez que lo escribes, una correctora muere inyectándose su propio veneno. En serio. El único motivo para usar la perífrasis empezar a + infinitivo es que luego interrumpas la acción (Empezó a correr, pero tropezó con el bordillo y cayó al suelo). Si la acción se completa, usa un verbo simple: corrió, saltó, caminó.
Hay otra perífrasis horrenda que pertenece a este grupo: parecía que. Te encanta. A ti y al resto. Pero ¿sabes? Denota una inseguridad terrible. A menos que algo de verdad parezca, no lo uses: parecía observarlos. Si lo has escrito así, solo tienes dos opciones: o estás narrando desde el punto de vista de un personaje concreto, y no está seguro de lo que sucede, o tu perífrasis hace aguas. Parecía observarnos también es válido si narras en primera persona, ya que tu narrador puede no estar seguro de lo que sucede. Pero si estás usando un narrador omnisciente, que todo lo sabe, alma de cántaro, no puede decir que parecía. En todo caso los observaba. Y punto. Porque sabe de sobra lo que pasa.
Otra construcción común, y que además crea muchas cacofonías (de las que ya hablaremos en otra entrada), es el uso de un verbo con gerundio. Por ejemplo: Carlos fue corriendo hasta la tienda. En serio. ¿No es más fácil decir: Carlos corrió hasta la tienda? Por ahora solo lo nombro, pero quiero que lo interioricéis ya, porque este tipo de construcción traerá miga.
ALGUNOS VERBOS BARRO
Empezar a + inf | Comenzar a +inf | Volver a +inf |
Intentar + inf | Ser/sentirse capaz de + inf | Logró + avanzar |
Echar a + inf | Parecer que/como si | Decidir + inf |
Tener que + inf | Apoderarse de (mi favorito) | Acabar+inf |
Querer + inf | Salir + inf | Verbo + gerundio |
Por supuesto, hay muchos más, pero estos son los más comunes. Huye de ellos siempre que puedas.
De las perífrasis verbales interminables, hablaré en otra entrada.
Verbos comodín: uno para todo
Hay verbos que aparecen a todas horas. Se trata, en realidad, de lo que las correctoras llamamos «falta/imprecisión de vocabulario». A veces no encuentras la palabra exacta, otras… bueno, otras no tienes más palabras. O eso crees. En general dan mala impresión y los usamos de manera casi inconsciente. Son como los mosqueteros. O peor aún. Como el anillo único.
Un
El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, parafraseado por L. M. Mateoanilloverbo comodín para gobernarlos a todos. Unanilloverbo comodín para encontrarlos,
unanilloverbo comodín para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.
Tienes doscientos verbos para generar matices, pero siempre utilizas el que te resulta más cómodo. El que realmente no aporta nada. El que absorbe al resto y hace que caigan en el ostracismo. ¿No me crees? Pues ahí va uno de una larga lista:
Mirar (ver)
Lo usas a todas horas. En cualquiera de las dos formas. Porque, al parecer, aúna todos los matices del mundo para las miradas. Os lo aclaro: La miró con detenimiento, la miró de arriba abajo, la vio a lo lejos, miró el horizonte, la vio entre las tinieblas, miró el libro, vio con el rabillo del ojo… Y podríamos seguir así un largo rato. Pues bien: observar, examinar, escudriñar, divisar, otear, vislumbrar/distinguir, ojear, percibir son verbos mucho más precisos por los que podríamos haber sustituido esos mirar/ver. Y hay más.
ALGUNOS VERBOS COMODÍN
Ser | Estar | Parecer |
Volverse | Sentir | Existir |
Decir | Hacer | Realizar |
Poder | Haber | Tener |
Mirar/ver | Oír/escuchar | Dar |
Intenta precisar el verbo siempre que puedas. Caerás menos en las repeticiones, evitarás ambigüedades y tu prosa ganará riqueza estilística.
Redundancias y repeticiones
Estos dos problemas estilísticos van de la mano casi siempre. El efecto es el mismo: tu texto se convierte en machacón y pesado, delata tu falta de léxico, que eres perezoso/a y, sobre todo, lo interiorizado que tienes (tenemos) algunas perogrulladas. Solo aportan barro.
Tus pleonasmos y las ganas de hacerme sufrir
Lo que está claro como el agua limpia es que todos y cada uno de mis juntaletras escritores gustan con agrado de hacerme sufrir y padecer con pleonasmos redundantes. Lo siento, he intentado hacerlo adrede, pero no me sale natural. Porque el agua limpia, al menos en nuestro mundo, siempre es clara; todos incluye a cada uno; en este blog, los juntaletras y los escritores son los mismos; si algo gusta, es con agrado; sufrir y padecer son sinónimas, y los pleonasmos son redundantes.
El pleonasmo (o redundancia) consiste en utilizar más palabras de las necesarias para enfatizar o embellecer. Y bien usado es maravilloso. El problema es que rara vez lo hacemos. Usamos redundancias facilonas, típicas del lenguaje coloquial, que no aportan nada y confunden al lector.
PLEONASMOS HABITUALES Y NO TAN HABITUALES
Transformarse por completo | Hasta llenar por completo todo | Eternidades enteras |
Breves instantes | Todas y cada una de ellas | Invadir por completo |
Durante toda mi vida siempre | Se tocó su (lo que sea) | Silencio absoluto |
Volver a repetir | Pensar para sus adentros | Llevar/portar consigo |
Subir arriba/Bajar abajo | Salir fuera/Entrar dentro | Puño cerrado |
Nunca antes | Ser eterno para siempre | Lo he visto con mis propios ojos |
Persona humana | Nadar en el agua | Fuego ardiente |
Volar por los aires | Callar la boca | Correr deprisa |
Añado un pleonasmo maravilloso que me envió Silvia Barbeito, por complejo y puñetero. Es de los que se le hubieran pasado casi a cualquier persona:
una embarazada de parto
¿No lo ves? Claro que no. Este es difícil. Pero si una mujer está de parto, aunque siga embarazada, pasa a denominarse parturienta.
El ajoaceite repite, y tú también
Si en dos párrafos usas catorce veces la palabra pequeño, es fácil que tus fans se tiren por un puente. Sin cuerda. Veámoslo:
Era un terraza pequeña, situada entre gigantescos edificios en el centro de una pequeña ciudad. La mesa y las sillas eran pequeñas para que cupiesen, aunque el espacio para pasar entre ellas era pequeño. Y sé que mi correctora, después de leer cuatro veces la palabra pequeña en este párrafo, está a punto de cortarse las pequeñas venas.
Te marco en negrita las palabras que se repiten. «Pues lo soluciono en un pispás. Me busco buenos sinónimos y punto». ¿Verdad que lo estás pensando? Tus coj… Va a ser que no, florecilla. Por supuesto, el texto estará mejorado y seguramente en tus primeras novelas quede del siguiente modo:
Era una terraza minúscula, situada entre gigantescos edificios en el centro de una pequeña ciudad. La mesa y las sillas eran diminutas para que cupiesen, aunque el espacio para pasar entre ellas era reducido. Y sé que mi correctora estará contenta porque he sustituido la palabra pequeña por sinónimos. PERO NO.
Tu correctora aún no está contenta porque es la encarnación del mal. Y tú no te has dado cuenta, pero mantienes otra repetición. Un verbo comodín. Era una terraza, eran diminutas, era reducido. «¿Y qué hago, me pego un tiro?». Para nada. Seguramente tu correctora no toque gran cosa en este punto, no porque no quiera. Es que de lo contrario sentirías el texto ajeno. Pero lo ideal sería que con el tiempo evitaras esos vicios. Por ejemplo:
La minúscula terraza, situada entre gigantescos edificios en el centro de una pequeña ciudad, contenía una mesa y unas sillas diminutas que permitían pasar por aquel reducido espacio.
Por supuesto, se puede mejorar, pero es domingo, llevo muchas horas delante del ordenador y mi capacidad neuronal ha mermado hasta cotas insospechadas. Así que, antes de continuar iluminándote, creo que tomaré un café. Te sugiero que hagas lo mismo, antes de que el barro invada tu cerebro y tu prosa arda en el Monte del Destino.
Pero no me iré sin advertirte antes una cosa. Aunque uses sinónimos y un léxico variado, ten cuidado con dos detalles. El primero consiste en la reiteración de las ideas. Porque las ideas en bucle son igual de problemáticas que una sola palabra. Y en segundo lugar: antes de usar un sinónimo, comprueba en el diccionario que de verdad es lo que pretendes decir, por Thor.
PAUSA PARA EL CAFÉ (POR EL BIEN DE NUESTRA SALUD MENTAL)

Ya estoy de vuelta. Ha sido un café un poco largo. Mejor no digo de cuántos días, pero desconectar está bien. Solo espero que no hayas estado ahí delante, frente a la pantalla, sin parpadear, esperando mi regreso
Adjetivos (o el epicentro del terremoto)
Adoras los adjetivos, lo sé. Son tan bonitos. Y permiten que tu fluida, reluctante y magnífica prosa haga vibrar, con tus esplendorosas y refulgentes palabras argénteas, las grises, tristes y anodinas vidas de la legión de lectores que ya han cerrado tu libro por pesado.
Lo habitual es que hagas tres cosas que aburren incluso a las placas tectónicas (casi me atrevo a afirmar que los terremotos los provocan escritores eligiendo adjetivos):
- Antepones los adjetivos a los sustantivos. MEEEEEEEEEE. No pasa nada si lo haces de vez en cuando y lo que pretendes es poner de relieve esa cualidad, pero, coño, que el orden natural en nuestra lengua es posponerlos. Lo otro, además de muy inglés, es muy repipi. No en vano es un recurso propio de poetas y músicos.
- Sobreadjetivas. Usas un montón de adjetivos juntos. Y la cagas. Recargas la frase innecesariamente, la alargas y creas una prosa pesada y poco fluida. La sobreadjetivación como recurso está bien… a veces.
- Usas el diccionario para lucirte con los adjetivos. Y la jodes bien porque suelen pasar dos cosas: o los vocablos significan lo mismo (y, por tanto, generas redundancias), o las cualidades que usas nada o poco tienen que ver con lo que pretendes decir. Vamos, que no significan lo que tú crees. Y te descubres como novel (o como un petulante insufrible).
Grábate esto a fuego: la función de los adjetivos no es hacer bonito ni demostrar tu léxico, florecilla. Es aportar información, crear ambiente, caracterizar y, sobre todo, generar emociones. Es importante usarlos en su justa medida porque, como todo en esta vida, si te pasas, te lo pierdes (o te aborrecen).
Imprecisiones léxicas
Hay una serie de palabras que aparecen mucho, muchísimo y hacen que llenemos el texto de rojo. Son vocablos que no tienen un significado preciso dentro del texto, también llamados «vaguedades/imprecisiones léxicas). Me voy a entretener poco en este punto, porque, de verdad, creo que no necesitas más explicación. No digas cosa, nómbrala; no uses algo si sabes lo que es. No reiteres lo mismo usando pronombres definidos, y menos aún indefinidos, si está claro a qué haces referencia. Venga, listado rápido:
IMPRECISIONES LÉXICAS QUE TE PASAN DESAPERCIBIDAS
Cosa | Algo | Algún/o/a/os/as |
Esto/a/os/as | Eso/a/os/as | Aquello/a/os/as |
Un/a/os/as | Sentimiento (especifica) | Sensación |
El hecho que (¿cuál?) |
Muletillas, ya tú sabe, dale…
No oyó si las paredes le devolvían o no el eco de sus palabras porque seguía teniendo los oídos protegidos por tapones.
Barro, Alicia Pérez Gil
Ese es el efecto que consigues con nuestras queridas muletillas. Son palabras o frases que usamos tanto en la vida diaria, que las representamos también en nuestros textos, pero que no aportan ningún tipo de información ni matiz. Y es un error. Si alguna vez habéis leído un texto transcrito, es lo más horrible del mundo. Una de las cosas que se suele hacer en prensa si la entrevista se publica en un medio escrito, pero se ha grabado por cuestiones de fluidez y rapidez, es limpiar el texto de estas expresiones horrorosas.
Seguro que has tenido a ese/a profesor/a que no paraba de decir «¿no?» o «¿vale?» cada tres palabras. Imagina leer una de sus explicaciones transcritas. Sería algo por el estilo:
Imaginad esto en la pizarra:
(2 + 2) x 5 = 20 pero 2 + (2 x 5) = 12
EXPLICACIÓN TRANSCRITA
«Si tenemos 2 más 2 dentro del paréntesis, ¿vale?, y el resultado lo multiplicamos a su vez por... eh... por ejemplo... 5, ¿vale? el resultado será de 20, ¿no? Porque resolvemos primero las operaciones que hay entre paréntesis, ¿vale?. Pero si la operación que tenemos entre paréntesis es la multiplicación, el resultado cambia, ¿vale? porque al resolverla, ¿vale?, da 10, ¿no? y al sumarle 2, tenemos 12 como resultado, ¿vale?, en lugar de 20. Por tanto... eh, sí, el orden de los factores, ¿vale? altera el producto».
¿Te has enterado de algo? Seguramente sí. O no. Porque el texto es digno de una porquera. ¿Y si lo transcribimos sin barro?
Si tenemos 2 más 2 dentro del paréntesis y el resultado lo multiplicamos a su vez por 5, el resultado será de 20, porque resolvemos primero las operaciones que hay entre paréntesis. Pero si la operación que tenemos entre paréntesis es la multiplicación, el resultado cambia porque al resolverla da 10, y al sumarle 2, tendremos 12 como resultado en lugar de 20. Por tanto, sí, el orden de los factores altera el producto.
Pues hazte un favor y házselo a los demás: no incluyas muletillas. En el narrador es habitual encontrar algunas como ya, bueno, entonces, luego, ahora… Bórralas. En los diálogos puedes usar alguna como marca característica de un personaje, pero huye de las muletillas como bueno, vale, esto, eh… y de otras peores como ¡Oh! ¿En serio? ¿¡Oh!? ¿Te has criado en las highlands, eres británico de pura cepa, un/a irlandés/esa perdido en esta nuestra Península? ¿O es que has visto demasiado porno? (Ya tú sabe: ¡Oh, yeah! ¡Oh, yes! ¡Oh, God!… Y no sigo con el resto, no sea que luego vengan tus progenitores acordándose de los míos).

Imagen de photosforyou en Pixabay
Acotaciones en los diálogos: ponles coto, florecilla
En medio de una frase con sentido oía de repente que alguien pedía que le pelaran los melocotones, o que le cepillaran el pelo, o que abriera la ventana o que subieran la calefacción […].
Barro, Alicia Pérez Gil
En los diálogos hay muchos detalles que molestan. Ya hemos nombrado las terribles coletillas, pero hay otra que rompe el ritmo y mata la pasión de cualquier conversación por muy bien recreada, inteligente y profunda que sea: las acotaciones.
En serio, no es necesario que pongas una acotación por línea. Y menos aún si vas a utilizar la palabra dijo. En inglés están habituados. Nosotros… bueno, no tanto. Y, por todas las collejas del mundo, evita verbos excesivamente sonoros (retumbó, atronó…) que además no significan lo que tú crees (como espetar). De nuevo, en el equilibrio está la virtud. Una forma de conseguirlo es empleando la regla de tres.
Si has usado interrogantes o exclamaciones, pregúntate si es necesario añadir los verbos preguntar o exclamar. ¿Se sabe quién lo dice? Pues óbvialo. ¿No se sabe? ¿Por qué no aprovechas la acotación para que el personaje en cuestión actúe y así el lector se haga una idea más clara de lo que sucede o se meta más en la historia? Ganarás riqueza en la acción y quitarás barro a tu prosa.
No dejes que el ruido de las acotaciones insonorice al diálogo principal. No permitas que las frases con sentido se pierdan entre melocotones, cepillos y calefacciones.
Coloquialismos en el narrador en plan «crush»
Hay frases perfectas por su mediocridad absoluta.
Barro, Alicia Pérez Gil
Este es uno de los problemas de estilo que me encuentro cada vez con mayor frecuencia. Apenas me voy a entretener en él, no porque sea poco importante, es que el nombre de este apartado lo deja bastante claro.
¿Quieres usar coloquialismos? Genial. Fantástico. Maravilloso. PARA LOS PERSONAJES. En serio, padawancito de mi corazón, no me hagas sufrir. Si usas un narrador omnisciente en tercera persona, si además es neutro, culto y de cierta edad… no lo maltrates. No maltrates tu prosa. No me maltrates. No maltrates al lector. Aprende macramé, haz el pino, pasea. No te voy a juzgar. A menos que uses coloquialismos. Y si, además, son muy actuales… arderás en el infierno.
¿Sabes cuándo puedes utilizar este recurso en el narrador? Cuando eliges un narrador en primera persona. Entonces haz lo que te dé la gana. Como si recita poemas en arameo o se inventa palabros nuevos. Pero ya está.
No conviertas las expresiones del narrador en barro si no es necesario.
Y hasta aquí llegamos hoy, juntaletrillas de mi vida. Ah, no. No creas que con esto termina todo. Solo hemos tocado la superficie de la corrección de estilo. Tengo esquematizados al menos otras cinco entradas en las que irás profundizando en cuestiones cada vez más complejas.
Por supuesto, eso implica muchas horas, así que te voy a pedir algo: si esta entrada te ha parecido útil, compártela; si se te ocurre algo que añadir, comenta y si quieres conocer algo más sobre mí y que te cuente algunos trucos, suscríbete a mi lista de correo desde el formulario lateral. Porque cualquier pequeña acción por tu parte hace que invertir mi tiempo merezca la pena.
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Una entrada magnífica. ¡Gracias! Y útil por los cuatro costados (ains… ya cayó una frase hecha; mejor me callo y lo dejo aquí, jeje)
Es duro y gratificante descubrir que uno no llega ni a juntaletrillas, pero eso ya es un comienzo y solo queda seguir dando pasos avanzando. Muy buen artículo, instructivo y pedagógico. Compartido desde ya mismo.
Saludos.
Gracias, Carles. Al final, todo es práctica.
Gracias por el artículo, que duro es no tener ni idea, necesito gafas de sol para leer lo poco que he escrito.
Lo importante no es tener más o menos idea, lo importante es desear tenerla. A todo se aprende en esta vida, incluso a escribir. 🙂
Gracias por esos tips tan necesarios a todos aquellos que escogimos emprender una aventura en el mundo de las letras y palabras. Saludos desde Venezuela.
Gracias a ti por tus palabras, Raquel.
Gracias por difundir tu conocimiento con los que apenas empezamos en este mundo de juntar letras por placer.
Gracias a ti por estar al otro lado de la pantalla.
Me ha parecido muy práctico y bien explicado.Necesito más recursos para aprender
Muchas gracias, Teresa.
Me ha encantado el artículo. Ya espero con ansiedad la segunda parte. Te felicito por la claridad de conceptos y adhiero a todo lo que dices sobre la corrección de estilo.
Muchas gracias, Cristina.
¡Hola, Lidia!
Qué detallado. Un artículo para guardar. Me he ido a tomar un café cuando lo has mandado, para memorizar bien cada cosa. Que por mucho de estilo que sepamos, siempre se cuela algo en el texto. Y algunas le tenemos mucho cariño al los baños de barro 😉
¡Un abrazo!
Gracias, Ana. La verdad es que es extenso y había que tomar café sí o también.
Creo que todos/as adoramos el barro y que verlo en nuestros propios textos es más complicado de lo que parece. Ya sabes, corregir a solas tu propio texto es un error.
¡Besos!
¡Muy buen artículo!
He encontrado un pequeño fallo en la siguiente frase:
«…si la entrevista se publicar en un medio escrito, pero se ha grabado por cuestiones de fluidez y rapidez, es limpiar el texto de estas expresiones horrorosas.».
¿No falta «se va» antes de «publicar»?
Si es que las prisas son muy malas 😉
No, Lilian, lo que sobra es la «r». (Más que prisas, han sido las horas delante de la pantalla. Cuando llevas muchas, no se ven las erratas, de ahí que se deban hacer descansos a menudo, pero eso, tú lo sabes de sobra).
Gracias por el aviso.
Un artículo muy interesante: se aprende mucho, así que me he suscrito.
Muchas gracias, Olga.
Genial el artículo, ¡muy útil! Tengo una duda y un comentario:
– no veo el pleonasmo en “segundos eternos” :/
– y cuando pones “Antepones los sustantivos a los adjetivos” como error, supongo que querías decir lo contrario 😉
Hola, Pilar:
Efectivamente, se trata de dos erratas (si es que las correctoras, además de la encarnación del mal, somos humanas y nos gusta meter la pierna hasta el núcleo cuando redactamos artículos).
Segundos eternos no es un pleonasmo (se me coló de otra lista que tengo para… ejem… algún día lo publicaré), sino una incongruencia (un segundo tiene límite de tiempo, no es eterno).
De la segunda ya me habían avisado esta mañana a primera hora (si es que sois unas benditas), así que lo he rectificado en cuanto he podido.
Os agradezco mucho cuando me comunicáis este tipo de errores. A veces los tiempos se nos comen y pasa lo que pasa.
Un abrazo.
Genial artículo. Algunas cosas de las que comentas entiendo que depende del contexto, pero detallarlo liaría lo que explicas. De hecho, cuando corrijo un texto ajeno, es algo que me agota: analizar el contexto para ver si es un fallo, barro o busca algún sentido concreto.
Sobre lo de “segundos eternos” no creo que sea un error. Es más bien un oxímoron y, usado comedidamente, puede dar fuerza al texto. Por ejemplo, una vez casi me atropella un camión. Me salvó un amigo que me sostuvo de la camisa, mientras sentía pasar el tráiler a escasos centímetros de mi nuca. Créeme cuando te digo que “segundo eterno” es la expresión más precisa que hay (😂 jejeje).
Por otro lado, te quiero por este artículo pero te odio por hacerme sentir como un británico estirado: yo sí digo “¡Oh! ¿En serio?”. Lloro y es culpa tuya XD.
Un abrazo
Así es A.R. Algunos de esos errores, bien usados, constituyen recursos. El problema es utilizarlos de manera inconsciente o sin saber por qué.
Lo de «eternos segundos» se me había colado de otra lista, como ya le he dicho a Pilar.
Y lo de «¡Oh!»… Llora, llora, que no tienes perdón. XDDD