De literatos y su libertad de expresión
Hoy dedico esta entrada a un autor emergente, un autor que se lo ha currado desde abajo, que ha tocado tantas puertas como han sido necesarias para promocionarse, porque sabe que el de escritor no es trabajo que regalen.
Alguien a quien conocí hace años, y a quien hoy muchos de sus fans han criticado de un modo un tanto brusco por haberse posicionado políticamente. No solo le dedico esta entrada a él, sino a todos aquellos que sabiéndose personajes públicos, y conociendo que sus palabras pueden tener una repercusión negativa en su trabajo y en sus ventas, tienen el valor de mojarse y decir francamente lo que piensan.
Alguien a quien conocí hace años, y a quien hoy muchos de sus fans han criticado de un modo un tanto brusco por haberse posicionado políticamente. No solo le dedico esta entrada a él, sino a todos aquellos que sabiéndose personajes públicos, y conociendo que sus palabras pueden tener una repercusión negativa en su trabajo y en sus ventas, tienen el valor de mojarse y decir francamente lo que piensan.
La imagen que tanto rechazo ha causado mostraba a tres de nuestros políticos, todos ellos del mismo partido, haciendo el canelo montando en bicicleta, porque si algo se le da bien a los estadistas de nuestro país, en un afán de mostrarse cercanos al ciudadano de a pie, es hacer el tonto (dicho así, con todas las letras). Lo que sea por no ganarse el sueldo haciendo lo que deberían hacer: Política; en este caso con mayúsculas ya que afectan a todo un país y a los millones de ciudadanos que habitan en él.
Muchos han criticado al escritor en cuestión por mostrarse en desacuerdo con dicha imagen, y le han recriminado con dureza que tuviera el valor de meterse en camisa de once varas, le han aconsejado con cariño que se dedicase única y exclusivamente a escribir, que es lo que se le da bien; incluso alguno se ha ofendido tanto que ha amenazado con no volver a leer ninguno de sus libros. Y a mí me ha dado la risa tonta, de las que provocan situaciones tan surrealistas, que ni Dalí en pleno éxtasis compositivo hubiese podido reflejar con su pincel.
Voy a ser sincera, no he leído ningún libro de este autor por dos motivos: el primero es que cuando supe que estaba publicando yo ya estaba lejos de mi patria, el segundo es que estoy esperando a Navidades para ir a allí, concretamente a la triste y provinciana ciudad que nos vio a los dos crecer, y comprar sus libros personalmente, porque me hace ilusión hacerlo, y no recibirlos por correo. Sin embargo debo decir que he leído fragmentos de sus novelas, y todos y cada uno son una crítica social a la España que nos ha tocado vivir en la actualidad. Digo yo que si con simples retazos de su obra, he percibido esa ácida crítica a nuestros gobiernos y nuestra sociedad, mucho más habrían de percibirlo sus lectores, ya que no puedo imaginar un ávido lector sin la necesaria comprensión lectora (y me reitero por gusto, una de las prerrogativas que cualquier escritor, por mucho que sea aficionado, posee).
Sé de buena tinta que el autor en cuestión siempre tuvo sus ideas políticas muy claras, y que seguramente haya terminado desencantado con los despropósitos que cada uno de los gobiernos con los que hemos crecido han llevado a cabo. Lo sé porque cursé estudios en el mismo instituto que él, aunque en distinta promoción, ya que en mi caso iba a clase con su hermana, a la que hace años perdí la pista pero siempre guardé en el corazón. Ya en aquel entonces (el escritor, no la hermana), con su alma de artista, tocaba y cantaba en un grupo musical, y con su alma de artista también, hablaba en sus letras no solo de amor y desamor, también de política.
Tal vez muchos piensen que el literato no deba opinar sobre lo que sucede en nuestro país, por dedicarse a la literatura, pero se les olvida que el escritor —al igual que el músico, el pintor, la escenógrafa, el bailarín, la enfermera, el policía, la señora de la limpieza, el ama de casa, y el obrero de al lado—, no vive en una burbuja social, ni en Marte; por mucho que a los fans o conocidos de esas personas les gustara. La diferencia está en querer callar, o saberse lo suficientemente seguro de sí mismo, para poder pronunciar palabras que muchos piensan y miles callan.
Día tras día veo a la gente de a pie opinar en los bares sin hacer nada: al obrero y a la funcionaria, al banquero y al barrendero, a la profesora y al enfermero…, porque opinar delante de un café, estando seguro de la ideología política del que le escucha, no implica un desplante para nadie. Lo realmente difícil es exponerse públicamente y ser criticado, en ocasiones irrespetuosamente, ser juzgado por quienes te quieren o por quienes siguen tu trabajo. No entiendo cómo se consiente que personajes de pandereta, a los que no hace falta citar porque todos ustedes saben bien quienes son, pueden posicionarse públicamente no solo en política (de la que entienden poco o nada), sino también en cualquier tema (de los que saben aún menos), y se les aplaude, bien por estar de acuerdo con sus seguidores, bien porque provocan la risa floja en sus detractores.
Así que desde aquí defiendo el derecho a que cualquier persona, independientemente de su trabajo, sin importar su condición de personaje público o privado, pueda expresarse libremente en el medio que más le plazca, y eso incluye el uso de la sátira, género trabajado ampliamente en la literatura de nuestro país, aunque desgraciadamente un tanto olvidado. Que del mismo modo que somos libres de leer un texto o no hacerlo, de encender la tele o apagarla, somos libres de opinar, porque somos seres racionales que se encuentran en un contexto social concreto, y no espíritus de mundos paralelos.
A ese autor y a tantos otros y otras que se mojan, les hago llegar mi más profunda admiración y respeto.